miércoles, 25 de abril de 2007

PONENCIA DE MONS. OSCAR D. SARLINGA EN EL XXIII CONGRESO ARGENTINO DE PSIQUIATRAS

Mar del Plata, 20 de abril de 2007

Sr. Profesor Dr. Hugo Lande, presidente de APSA

Distinguidos profesionales de la psiquiatría y la psicología

Señoras, Señores,

Es un honor para mí haber sido invitado por segunda vez a este tradicional Congreso, que reúne a tan destacados especialistas del ámbito de la psiquiatría, y que han manifestado la apertura de considerar aspectos de la espiritualidad, desde la perspectiva de distintas tradiciones religiosas, y en un marco de diálogo interreligioso. El pasado año nos convocó el tema: "violencia y espiritualidad", mientras que la temática de reflexión de este año es: "resiliencia y espiritualidad". El lapso con el que cuento para exponer no me permitirá desarrollar totalmente esta ponencia tal como la encontrarán escrita, y que dejaré luego para quienes tengan interés en hacer una lectura integral de ella. Por esta razón resaltaré oralmente algunos aspectos más destacados de ella.

I. INTRODUCCIÓN

Como es evidente, no podría quien habla pretender disertar sobre especializaciones psicológicas de las que carece, sino tan sólo ubicar el tema comenzando por el origen del concepto. Sabemos que la "resiliencia" es un término proveniente de la Física y que se refiere, en un sentido, a la capacidad de un material de recobrar su morfología original después de haber estado sometido a altas presiones. La ciencia que Vds. cultivan, la psicología, tomó, pues, prestado el mencionado término a aquella ciencia, según parece en 1942, por primera vez, habiéndose extendido aun más su uso luego de 1992, cuando Emily Werner la utiliza para referirse a un fenómeno identificado en una investigación que realizó durante años con un grupo de niños.

Así, en el campo de la psicología podemos caracterizar la resiliencia como la capacidad de las personas para salir fortalecidos y proyectados hacia un futuro mejor, a pesar de sucesos traumáticos y desestabilizadores provenientes de condiciones de vida complicadas, con efectos depresores y angustiantes, y de diversas situaciones frustrantes y graves. La resiliencia aparece, de tal suerte, con toda su potencialidad de hacer recuperar a la persona ante la adversidad sufrida, más aun, de aprender de esa experiencia traumática, y de madurar y crecer en los distintos aspectos de la personalidad. Es aquí, creo, donde se produce la conexión más íntima con la espiritualidad de la persona.

No puedo dejar de mencionar en esta introducción que, en el campo del pensamiento cristiano, es imposible no vincular el concepto moderno de "resiliencia" con la virtud moral de la "fortaleza", la cual, por lo demás, también poseía un definido perfil entre los antiguos pensadores griegos y latinos. Con el cristianismo, la fortalez adquirió valor evangélico, en el espíritu de las bienaventuranzas, pues el Evangelio va dirigido a los "anawim", los pobres en el espíritu, los mansos y humildes, los operadores de justicia y paz, los misericordiosos y los que sufren. Jesucristo, nuestro Señor y Maestro, con frecuencia nos insta en las Escrituras: "No tengáis miedo" (Mt 14, 27), y nos enseña que es necesario saber "dar la vida" (Jn 15, 13) para ganarla verdaderamente. No podemos olvidar, por otra parte, que el concepto cristiano acerca del sufrimiento es positivo, en tanto que deviene redentor si se lo une a los sufrimientos de Cristo, a su Cruz. Esto no significa una actitud masoquista de ninguna naturaleza, sino una actitud profunda y espiritualmente transformadora de la inevitable realidad humana del sufrimiento. Precisamente, como dice el Apóstol Pablo: "(…) nosotros predicamos a un Cristo crucificado (…) un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (Cf 1Cor 1, 23-24). En ese sentido nos enseña el Papa Benedicto XVI: "El Dios que se ha hecho cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores" . Indudablemente el no-creyente (a quien por supuesto respetamos) encontrará en esto una insoluble paradoja. Pero el "drama de la vida cristiana" no termina aquí: no todo acabó con la muerte de Cristo en la cruz, pues el amor del Padre de la Vida, más fuerte que el pecado y la muerte, mostró su omnipotencia salvadora "conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos" (Ef 1, 19b-20). Esa resurrección es base, para el cristiano, de un continuo "renacer", del orden de la gracia y de la cooperación de nuestra libertad humana.

Volviendo al tema específico, la palabra y el concepto de resiliencia, como dije, término extraído de la física que se ha incorporado a las ciencias que estudian la conducta y la psicología humana (sin olvidar que la ética, la ecología y la pedagogía también la han adoptado), ha entrado de pleno derecho en nuestra lengua e incluso su uso se está extendiendo, podríamos decir, en su sentido específico. Porque, como bien se sabe, no consiste simplemente en "sufrir y resistir", mucho menos en el simple "aguantar" las situaciones de frustración y disgusto, sino de salir adelante por encima de los infortunios e incertidumbres, convirtiéndose en una capacidad de resurgir, de renacer, como el mítico "ave Fénix" desde la frustración, el desamparo, el abandono, la desesperanza. Dicha cualidad tampoco consiste en ser invulnerable al sufrimiento (¿quién de los humanos lo es?) o de ser impermeables a la frustración y al traumático estrés. Es una gran capacidad del ser humano -creo que "potencialmente" todos podemos tenerla, aunque, como es lógico, "psicológicamente" su desarrollo pueda depender de multiformes y multicausales factores.

I. APROXIMACIÓN A UNA DEFINICIÓN Y SENTIDO DE LA EXPRESIÓN

La palabra "resiliencia", pese a haber pasado a nuestra lengua más cercanamente desde el inglés "resiliency", posee un neto origen latino. Que no es un término frecuente -ni de antiguo uso- en la lengua española lo atestigua el hecho que alguno de los mejores diccionarios de nuestro idioma no lo registran . El vocablo original procede del verbo latino "resilio" (o "resilire" en su forma del infinitivo), que significa algo así como "resaltar hacia atrás, rebotar, volver a entrar saltando, saltar hacia arriba, salir disparado o desviado para otra parte". Significa algo así como el inglés: "bouncing back". Está emparentado con el también infinitivo latino "salire" (que significa "salir hacia arriba, subir"). A partir de la aproximación etimológica vemos por qué el término fue adoptado inicialmente por la física, concretamente por la mecánica, con referencia a aquellos materiales (entiendo que los metales) que tienen la virtud de recuperar su forma originaria luego de haber sufrido presiones deformadoras.

A partir de la definición etimológica podemos aproximarnos a la realidad expresada por el concepto, el cual, como dijimos, se da en situaciones de crisis y conflicto, pero en vez de ocurrir que se exceda la capacidad humana de respuesta o de recuperación, en lugar de perder la esperanza y el sentido de lucha, se da una fuerza de resistencia y de transformación para bien, manifestando así un potencial humano activado que logra muy buenos resultados a pesar de la opresión y del riesgo, un potencial que supera el paralizante miedo, un potencial transformador que habla de una fortaleza que puede convertir el trauma y aun el drama en oportunidad de crecimiento y mejoría. Pienso también que, desde este punto de vista, no podríamos confundir resiliencia con la resignación pasiva, la mera resistencia como mecanismo de defensa, la pura evasión (que incluso podría ser, en algunos casos, una manifestación de cobardía), y menos todavía con las conductas antisociales delictivas, pretendidamente autocompensatorias.

Otro elemento que da base a la resiliencia es la "vincularidad", consistente en las redes de apoyo incondicional que un ser humano requiere para sentirse parte del mundo, de la sociedad, del país, de la familia. Implica entonces intercomunicación afectiva que es la base de todo crecimiento humano.

Y lo mismo dígase del sentido del humor (del cual dice santo Tomás de Aquino que es propio de las personas con humildad, no orgullosas). Quien logra reírse de sí mismo ganará en libertad interior y fuerza. Con el humor se dinamiza el potencial humano en situaciones límites. La valoración de la diferencia, la riqueza ontológica y existencial que el otro puede aportarme, la ternura y la compasión que implica no solo el respeto sino el amor por el prójimo, se convertirán también en pilares de ese factor protectivo de la autosuperación y del crecimiento aun en las peores situaciones.

Resulta alentador ver muchos signos que manifiestan el anhelo que hay en nuestra sociedad por superar la fragmentación: estamos hambrientos de compañía y hay una fuerte idea de comunidad; los momentos difíciles han sido asumidos como oportunidad para crecer (resiliencia) y en muchos casos han permitido una recuperación de la dimensión espiritual. El BICE (Oficina Internacional Católica de la Infancia) ha publicado: "RESILIENCIA Y ESPIRITUALIDAD: el realismo de la fe" .

Una cosa es cierta: sabemos que a una u otra forma de dolor nadie escapa; la invulnerabilidad total no existe, pero es fundamental no hundirnos, no sumergirnos en el abismo del sinsentido y de la depresión espiritual (que es peor aún que la psíquica). Es preciso transformar, "transfigurar", diríamos, el sufrimiento. Así lo hizo, por ejemplo, un gran psiquiatra judío, que sobrevivió a los campos de exterminio, el Dr. Víctor Frankl (autor de "El hombre en busca de sentido" y otras importantes obras). Él, internado atrozmente en el campo de concentración, encontró en Dios el sentido de la paternidad y de la vida misma, y fue "rumiando" sus teorías sobre el mismo sentido, sobre la condición humana, sobre la paz y la justicia, sobre la creencia y la religión, para el día en que pudiera salir de ese infierno. Ello le permitió no sufrir irreparables menoscabos en su equilibrio mental y emocional, más aun, rehacer fuerzas que lo dotaran de una fortaleza especial que lo proyectara a ayudar a los demás seres humanos. Creó, de tal modo, la logoterapia -forma de hacer terapia a través del lenguaje- obrando un gran aporte a la psicología moderna. Es un ejemplo del concepto de actual de resiliencia, y también de la virtud de la fortaleza.

II. FORTALEZA COMO VIRTUD

La fortaleza es tratada por Santo Tomás desde el aspecto de su necesidad para asegurar la estabilidad de virtudes en general: Las virtudes en general deben actuar con aquella firmeza que les otorga la fortaleza (II-IIe, Q, 123). Según la doctrina de Santo Tomás, la virtud de la fortaleza se encuentra en el hombre:

- que está dispuesto a aggredi pericula, a afrontar los peligros;

- que está dispuesto a sustinere mala, o sea, a soportar las adversidades por una causa justa, por la verdad, la justicia, la paz, el Amor con mayúscula.

A ese respecto, nos explica con claridad el Catecismo de la Iglesia Católica que "la fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien". Y describiendo un poco más esta virtud cardinal continúa: "reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa.

Podemos concluir que esta virtud lleva a defender y alcanzar el bien arduo con una profunda alegría, que trasciende la experiencia del dolor, siendo capaces de exclamar con el Apóstol: "Todo lo puedo en Aquel que me hace fuerte" Flp 4,13, porque, como nos expresa el Papa: "En efecto, es Él (Cristo) quien, con la fuerza de su gracia, da a seres frágiles la valentía de testimoniarlo ante el mundo"

III. El espíritu de "VAMOS A VENCER"

La prioridad del hombre en sentido metafísico significa que la praxis supone al hombre como su sujeto y no lo contrario . Como sustento de esta praxis, está la espiritualidad de la persona, que hace a la vez surgir otros tantos elementos básicos de la resiliencia: la resistencia frente a la destrucción o la capacidad de proteger la propia integridad a pesar de la presión, dicho en otras palabras la superación de las frustraciones lacerantes, las crisis, el dolor, la muerte, la impotencia de querer obrar y no poder, como situaciones límites ante las cuales se resiste el ser humano, como luchador innato y sobreviviente de la esperanza; y el otro elemento lo constituye la capacidad de construir o reconstruir su propia vida a pesar de las circunstancias difíciles.

La energía que da la fortaleza era la que, por ejemplo, permitía a Martín Luther King y a sus seguidores comprometerse con la lucha por los derechos humanos de los negros y cantar en las manifestaciones enérgicamente no-violentas el ya clásico ¡Vamos a vencer! (We shall overcome), mientras recibían violencia a cambio. Es también el caso de la fortaleza -unida a la paciencia- que implica el proponerse cambiar de raíz situaciones de pecado, de injusticia, de situaciones sub-humanas (y ponerse a actuar efectivamente con tal fin), como nos lo expresaba Juan Pablo II "Las decisiones pueden crear estructuras concretas de pecado, impidiendo la plena realización de quienes son oprimidos de diversas maneras por las mismas. Demoler tales estructuras y sustituirlas con formas más auténticas de convivencia, es un cometido que exige valentía y paciencia" (Juan Pablo II).

En síntesis, la virtud de la fortaleza (y por consiguiente la resiliencia) requiere siempre una cierta superación de la debilidad humana y, sobre todo, del miedo. Porque el hombre teme por naturaleza espontáneamente el peligro, los disgustos y sufrimientos. Pero no sólo en los campos de batalla hay que buscar hombres y mujeres valientes, sino en la vida de las familias, en los ámbitos de trabajo, en la vida cotidiana, en suma. No sólo en los campos de concentración y en lugares de deportación, aunque aquí se den ejemplos eminentes.

El miedo (que es totalmente humano el tenerlo), cuando logra vencernos, siempre nos paraliza, arruina posibilidades maravillosas, nos quita el coraje de afrontar situaciones nuevas. Tenemos necesidad de una valentía especial para querer hacer el bien, para comprometernos con la justicia y la paz, a fin de dar testimonio del Reino de Dios. La fortaleza ha de llevarnos a "superar" en cierta manera, nuestros propios límites y "superarnos" a nosotros mismos, asumiendo los riesgos de encontrarnos en situaciones en las que no sabremos bien cuál será la solución correcta, o en ocasiones de ser mal vistos, criticados, con riesgo de exponernos a consecuencias desagradables. Para alcanzar tal fortaleza, el hombre resiliente debe estar sostenido por un gran amor a la verdad y al bien a que se entrega.

Sin soberbia, sin sentimiento (siempre engañoso) de omnipotencia, siendo humildes y a la vez fuertes. Es decir, entregados a una Causa a la cual dedicar la vida. Para los creyentes, es Dios, su Amor y todas las consecuencias de ello, en la vida personal, familiar y social: construir la tan ansiada "civilización del Amor".

1 S.S. Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio de su ministerio petrino, Ciudad del Vaticano, domingo 24 de abril de 2005.

2 La vigésima segunda edición del diccionario de la Real Academia Española no la tiene. Tampoco el Diccionario Panhispánico de Dudas ni el de María Moliner ni el más reciente de Seco, Andrés y Ramos ("Diccionario del Español actual").

3 El BICE (Bureau Internacional Catholique de l´Enfance) ha publicado: "RESILIENCIA Y ESPIRITUALIDAD: el realismo de la fe", del autor Stefan Vanistendael, en su colección "Cuadernos del BICE", el cual propone una reflexión sobre la resiliencia como "la capacidad de desarrollarse y crecer en medio de grandes dificultades", en su relación con la espiritualidad, definida como una experiencia de la transcendencia, buscando entablar un lazo entre la esperanza realista constitutiva de la resiliencia y el realismo profundo propio de la búsqueda espiritual. El autor invita al lector, creyente, agnóstico o no creyente, a relacionar el mensaje (principalmente psicológico) de la "resiliencia" con la espiritualidad como camino inspirado por la vida y el mensaje cristiano, para el cual "la vida herida se transforma en una nueva vida".

4 S.S. Benedicto XVI, Discurso, jueves 18 de agosto de 2005.

5 K. WOJTILA, El problema del constituirse de la cultura a través de la "praxis" humana, en Asociación Argentina de Cultura, Buenos Aires, 2000, p. 19.