«SEÑOR JESÚS, HAZNOS NACER DE NUEVO EN TU NAVIDAD;
AYÚDANOS A COMBATIR EL EGOÍSMO Y LA POBREZA EN TODAS SUS DIMENSIONES»
Queridos hermanos y hermanas,
Hijos e hijas de esta diócesis de Zárate Campana
En este último Domingo de Adviento, ya a las puertas de la cercanísima Navidad del Señor, les dirijo estas líneas que tienen como fin la meditación, el saludo, la bendición y los sinceros deseos de paz. «Nacer de nuevo»; imposible para el ser humano con sus solas fuerzas. «Nacer de nuevo»; porque nada es imposible para Dios.
«Déjame nacer de nuevo, Señor…» será un deseo profundo para este tiempo de Navidad que se avecina, y para el nuevo Año que llega a rapidísimo paso. Renacer a una vida renovada por la fe, en el Santo Espíritu, que nos ayude a ser para los demás una fuente de bendición… y a vivir nuestra vida de cada día con espíritu de renovación psíquica, física, espiritual, religiosa, moral, en todas sus dimensiones, tanto personal como comunitaria y social, y por supuesto, eclesial. Fue por la fe que Jesucristo vio en él que Simón se convirtió en «Kefa», Roca, porque, por revelación del Padre y apertura del corazón a dicha revelación, él profesó su fe en la divinidad de Jesucristo, quien lo hizo «Piedra» fundamental. «Sobre esta piedra –glosa San Agustín— edificaré la fe que has profesado. Sobre el hecho de que has dicho: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”, edificaré mi Iglesia»(1)
Ojalá, lo digo de corazón, el tiempo santo de Adviento haya implicado para nosotros, cristianos, católicos, un sano cuestionamiento acerca del sentido de la existencia y de nuestra vida cristiana, en especial acerca de la real significación de la persona de Jesucristo en nuestras vidas (2). Los exhorto a ver cada uno en su conciencia cuánto ha incidido esa pregunta existencial y espiritual, cuestión fundamental… y a pedir a Jesús, Mediador entre Dios y los hombres: «déjame renacer en tu Amor».
I
NACER DE NUEVO ES VIVIR UNA VIDA PLENA
La vida plena se da por medio de la obra del Espíritu Santo, es decir, en sentido bíblico, del «cambio de corazón», de la «conversión», la cual encamina la vida hacia Jesucristo y por consiguiente hacia el Bien y el Amor. En esto radica el núcleo de la primera predicación apostólica, el primer «kerygma»(3) , siendo el anuncio del Señorío de Jesucristo la conclusión explícita de su Misión, para cuyo cumplimiento se había humillado y obedeció: «Cristo Jesús… se despojó de sí mismo… obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó… para que toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor» (Flp 2, 6-11). La aceptación de este Mensaje encuentra un tiempo más que propicio en Navidad, pero para esto hay que abrir la mente y el espíritu, el corazón, a sus profundas exigencias humanas y espirituales. De lo contrario será una mera «festividad» (quizá llena de luces de colores, sí) pero festividad de un calendario secularizado, sin implicancias en nuestro ser concreto.
Por cierto, que, en primer lugar, «renacimiento» es el bautismo; lo es por excelencia, y su texto clásico lo encontramos en Juan 3:1-8 (4) . Pero las «obras de la carne» y la «mente carnal» (que significan el pecado que hay en el ser humano, y no «la carne en el sentido de cómo Dios nos creó») nos hacen, de uno u otro modo, morir, triste situación que significa incapacitarnos para hacer el bien y ser felices (5). Es la condición del «hombre viejo», que tiene la oportunidad de «renacer» (6).
Para ello, el anuncio de salvación, «corazón del Evangelio» necesita entrar «de nuevo», «renacer» en los seres humanos de hoy, llenos de «materiales» tantas veces ajenos al gozo evangélico. Evocando unas hermosas y concretas palabras del Papa Pablo VI, podríamos decir nosotros también que “(…) es preciso volver a despertar en el corazón de papel, de hierro y de cemento del hombre moderno el pálpito de la simpatía humana, del afecto simple, puro y generoso, de la poesía de las cosas sencillas y vivientes, del amor (….) ¿Quieren que Navidad sea buena de verdad?. Dénle su auténtico valor espiritual y reconózcanle su profunda exigencia humana. Háganla piadosa, afectuosa” (7). ¿Cómo podríamos dejar de ver aquí la necesidad de la acción del Espíritu Santo, para dicha revalorización espiritual?. Si el árbol se reconoce por su fruto, reconoceremos también la acción del Espíritu por sus frutos, como dice San Pablo: “Mas el fruto del espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23); estos frutos mueven a las virtudes que florecen en aquellos en quienes se cumple el proceso del «nuevo nacimiento». Por obra de la gracia y de nuestra cooperación humana, nos volvemos entonces justos, comprensivos, generosos, tolerantes, proclives al perdón («perdonar es divino», porque es Don de Dios para quien de verdad cree) y aprendemos así a amar al prójimo como a nosotros mismos, encontrando gozo y no tedio en las cosas espirituales (Cf. Colosenses 3:1).
Porque un vicio que acrecienta la pobreza y las estructuras de pecado (que la procrean o favorecen) es el materialismo, el cual daña al ser humano (no menos que el espiritualismo) y lo hace creerse «totalmente independiente» de la acción de Dios, creando en el corazón una especie de «atrofia espiritual». No pequeño es lo que tiene que expresar al respecto la reciente crisis financiera mundial. Ojalá nos ayude a realizar un discernimiento profundo del camino de nuestra civilización actual. Aunque a algunos pueda resultar irrelevante “(…) por eso es importante que –el hombre actual- abra la propia mente y el propio corazón a la Navidad de Cristo, acontecimiento de salvación capaz de imprimir renovada esperanza a la existencia de todo ser humano” (8).
II
COMBATIR LA POBREZA EN TODAS SUS DIMENSIONES
Existe la «pobreza» en sentido evangélico que es virtud; tiene que ver con el «tanto cuanto» de San Ignacio de Loyola. Implica interioridad y desprendimiento, generosidad y entrega, austeridad y sencillez de corazón; caridad transformadora y caridad social, solidaridad constructora. Desde esta perspectiva, la pobreza como cualidad evangélica proviene de la humildad, y en ese aspecto es lección primera y fundamental del Hijo de Dios que se hizo hombre. Esta pobreza es una «medicina» de la cual tenemos mucha necesidad en el mundo de hoy, incluso quienes la proclamamos como virtud (9).
En cambio, la pobreza como «carencia que nos hace vivir estructuras indignas y sub-humanas» (esta última expresión la utilizó el Papa Juan Pablo II en su primera visita al Brasil, en 1980), no sólo no constituye virtud alguna sino que proviene del egoísmo y de la insolidaridad, y primeramente proviene de la injusticia. No genera bien alguno sino dolor (cuando no encono), apesadumbramiento, y tantas veces violencia. Sólo el amor de Dios (y nuestra colaboración efectiva con él, también a través de la creación de estructuras justas), capaz de hermanar a los hombres de toda raza y cultura podrá hacer que desaparezcan las dolorosas divisiones, los contrastes ideológicos, que derivan tantas veces en violencia, las desigualdades económicas y toda clase de situaciones sub-humanas que no condicen con la dignidad con la que el Señor nos creó y redimió. Es el cometido de la «civilización del Amor» y de la «promoción humana integral», la cual, por ser «integral», hay que decirlo, no podría amputar al ser humano de su dimensión trascendente y espiritual.
La Justicia («que mira desde el Cielo»)(10) engendra paz y genera alegría, buena colaboración, disposición de todos para construir, mancomunidad de valores trascendentes. La discordia (dis-cordia; corazones enfrentados), desgraciadamente tan presente en el mundo de hoy, tiene, en cambio, como punto lanzamiento la división que provoca la envidia; su punto final es el acercamiento a sus propios intereses y excluyentes puntos de vista, ambas cosas causadas por causado por la vanagloria.
“La discordia –dice Santo Tomás de Aquino- es más hija de la vanagloria que de la envidia, aunque puede proceder de ambas(11) . Nada insignificante es el daño que hace la «vanagloria» en el corazón humano: parece que la palabra se refiere a una «pequeña vanidad» (al estilo de «vanity fair») pero, porque encierra al ser humano en sí mismo y en la búsqueda de su propia gloria, nada escatima para lograr ese poder, aún si hiere y lacera, sea el cuerpo social, no menos que el eclesial (en su humana complexión).
Por ello, con esta visión de transformación de nuestros ambientes según el Amor de Cristo y según los valores trascendentes y plenificantes, queremos que la Navidad del Señor sea para nosotros, más que una fecha marcada en rojo en el calendario, un «signo perenne de la construcción de la civilización del Amor», razón por la cual, como decía Pablo VI, “(…) la Iglesia hace bien en celebrar a cada ciclo solar, no sólo la memoria lejana del singular e inefable acontecimiento, la Venida del Verbo viviente (…) sino que hace bien en revocar su adquirida actualidad: la tierra es desde entonces, patria de Cristo, del Hijo de Dios que se hizo hombre, y que (…) permanece siempre entre nosotros, mediante nuestra infatigable búsqueda, nuestra indefectible espera escatológica, humilde pero realmente, como en el pesebre, se quedó con nosotros y a través de nosotros (…) cuando prometió: «He aquí que Yo estoy con ustedes, todos los días, hasta el fin del mundo (Mateo 28, 20)”(12).
Pongamos manos a la obra, entonces, a partir de este «renacimiento de Navidad», a eliminar toda forma de egoísmo, de explotación, de marginalización, promoviendo la Justicia y la Paz, como nos lo pide nuestro Santo Padre BENEDICTO XVI en su Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz, recordando que hemos de combatir la pobreza con las armas de la Justicia y de la Paz, sin eliminar la obra de Dios de nuestra vida, de nuestra cultura, y de nuestra moral, pues, como dice el mismo Papa “(…) Cuando no se considera al hombre en su vocación integral, y no se respetan las exigencias de una verdadera ecología humana, se desencadenan también dinámicas perversas de pobreza (…)” (13).
III
CONFIANZA EN LA INTERCESIÓN DE MARÍA NUESTRA MADRE, Y BENDICIÓN
Jesús, Único Mediador, nos ha salvado. La Santísima Virgen, unida íntimamente a Cristo intercede y media por nosotros. Ella es venerada en estas tierras como «Nuestra Señora de Luján» (Patrona de la Argentina y de esta diócesis de Zárate-Campana); Ella hará que nuestra tierra dé «frutos de Paz y Amor, y de justicia social» si se lo pedimos con Fe, y si ponemos manos a la obra, efectivamente y no como pura expresión de deseos (lo cual podría manifestar, sí, un acto de «espiritualismo», contrario a la Ley de la Encarnación y sus efectos).
El Papa San Gregorio Magno se refiere así respecto de la Virgen: “A María se la llama con razón “monte lleno de frutos”, porque de ella ha nacido un fruto óptimo, es decir, un hombre nuevo. Y el profeta, contemplando su hermosura y la gloria de su fecundidad, exclama: “Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago florecerá de su raíz” (Is 11, 1). David, exultando por el fruto de este monte, dice a Dios: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. (…) La tierra ha dado su fruto”. Sí, la tierra ha dado su fruto, porque aquel que la Virgen engendró no lo concibió por obra de hombre, sino porque el Espíritu Santo la cubrió con su sombra. Por eso, el Señor dice al rey y profeta David: “Pondré sobre tu trono al fruto de tus entrañas” (Sal 131, 11). Por eso, Isaías afirma: “Y el fruto de la tierra será sublime” (Is 4, 2). En efecto, aquel que la Virgen engendró no fue solamente “un hombre santo”, sino también “Dios fuerte” (Is 9, 5)”(14) . Roguemos la intercesión de la Virgen Madre de la Iglesia por nosotros, por nuestras familias, por nuestra Patria, por nuestros gobernantes, por el mundo entero, en especial por quienes hoy en el mundo sufren hambre, miserias, estrecheces, lacerante dolor, violencia e inseguridad.
Mañana, lunes 22 tendremos la Santa Misa en la Basílica de Luján, los Obispos de la Argentina, en agradecimiento a Juan Pablo II y a la Santa Sede por los XXX años de la mediación que evitó la fratricida guerra con la hermana República de Chile. Asistirá a ella la Sra. Presidenta de la República, y numerosos gobernantes. Pidamos al Señor y a la Virgen la Paz, la prosperidad de la Argentina, la felicidad como Pueblo que está de pie y camina, la Justicia que anhelamos. Y dispongámonos todos a seguir «poniendo el hombro» y poner, cada uno en su vocación y elección «manos a la obra» en ésta, que es la construcción social de todos. Que prosigan los esfuerzos por una Argentina en Justicia, equidad, paz social.
Tal como reza la placa marmórea, a la entrada de la Basílica, que recuerda la visita de Juan Pablo II en 1982 (cuando el Papa no quiso dejarnos solos, en tristes circunstancias de guerra de Malvinas), hoy queremos exclamar: “No nos dejes, Madre…”.
En este Año Paulino Jubilar, en profunda comunión con el Santo Padre y con toda la Iglesia, pido sobre ustedes y sus familias, siguiendo el primer capítulo de la carta de san Pablo a los Efesios (3-10), del género de las «berakot» judías, que «el Dios Salvador» los bendiga, los guarde, los proteja, consuele y fortalezca.
Domingo 21 de Diciembre, 2008
¡FELICIDADES Y BENDICIONES PARA EL NUEVO AÑO 2009!
Con mi afecto pastoral,
+Oscar D. Sarlinga
Obispo de Zárate-Campana
[1] SAN AGUSTÍN, Sermón 295,1 (PL 38,1349).
[2] Cf. R. CANTALAMESSA, OFM, Primera predicación que, como preparación a la Navidad, pronunció en la mañana del viernes de la I semana de Adviento, ante el Santo Padre y sus colaboradores de la Curia, Ciudad del Vaticano, viernes, 2 diciembre 2005 (“El Adviento debe ser también el tiempo de las grandes preguntas que requieren una respuesta personal. ¿Quién es Jesús realmente para mí? Es la misma pregunta que Jesús dirigió a sus apóstoles. (Mt 16,15)”).
[3] El bautismo del agua es una demostración pública del proceso interior que el Espíritu Santo ya inició. Después de Pentecostés, los apóstoles recorren el mundo aclamando que «¡Jesús es el Señor!» y yendo a la vez al corazón mismo del Evangelio, proclamando «Jesús murió – Jesús resucitó»: murió «por nuestros pecados», resucitó «para nuestra justificación» (Cf. 1 Cor 15,4; Rm 4,25). Cf. también Hch 2,22-36; 3,14-19; 10,39-42.
[4] El bautismo fue el sentido más natural de la palabra «agua» en la mente de Nicodemo, y más de acuerdo con el contexto inmediato en Juan 3:5 cuando Cristo dijo, «en verdad te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.» El lavamiento es el bautismo que es obedecido por la enseñanza de la Palabra. Tito 3:5 declara, «nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.» Ananías, por su parte, le dijo a Saulo en Hechos 10:22, «Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.»
[5] En esta triste situación, el ser humano está como se comprende, totalmente incapacitado para hacer el bien. “Por tanto, la mente carnal es enemistad contra Dios; porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede; y los que viven según la carne no puede agradar a Dios” (Romanos 8:7-8).
[6] “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con el, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6).
[7] PABLO VI, Santa Messa Natalizia, Ciudad del Vaticano, Viernes 25 de diciembre de 1964.
[8] BENEDICTO XVI, Mensaje de Navidad, Ciudad del Vaticano, domingo, 25 diciembre de 2005). Es el mensaje de Navidad que pronunció el Santo Padre Benedicto XVI a mediodía antes de impartir la bendición «Urbi et Orbi».
[9] Cf. SAN AGUSTÍN, Sermo de Trin. 8, 5, 7; P.L. 42, 952.
[10] Cf Salmo 85. Nada escapa de la mirada de Dios, quien ve todas nuestras acciones según su Justicia y su Amor.
[11] SANTO TOMÁS DE AQUINO, S.Th., II-IIae (Secunda Secundae), q. 37, art. 2, 2.
[12] PABLO VI, Messaggio Urbi et Orbi, Solennità del Natale del Signore, Giovedì, 25 dicembre 1975.
[13] BENEDICTO XVI, Mensaje de Su Santidad para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, «Combatir la pobreza, construir la paz», 1ro. de enero de 2009, Ciudad del Vaticano, Ed. Vaticana, n.2, p. 5. La expresión «ecología humana», según la cita el Papa Benedicto, proviene de Juan Pablo II, en la Carta enc. Centesimus agnus, n. 38.
[14] SAN GREGORIO MAGNO, Exposición sobre el primer libro de los Reyes, en: Testi mariani del primo millennio, III, Roma 1990, p. 625).